Boomers buscan calidad, buen trato y sabor real: menos postureo, más mantel, charla, vino y café con historia.
Si quieres ganarte a un boomer, no lo intentes con neones chillones ni menús servidos en tablas de skate. Esta generación, que creció escuchando vinilos y viendo televisión en blanco y negro antes de que existiera Netflix, sabe exactamente lo que quiere cuando se sienta a la mesa: calidad, atención y una experiencia sin complicaciones. No necesitan un restaurante que parezca una galería de arte, sino uno que entienda de verdad el placer de comer bien y ser bien atendido.
Los boomers no buscan postureo, buscan consistencia. Son fieles a sus lugares favoritos, los recomiendan con fervor y, si los tratas bien, tienes cliente asegurado por años. No necesitan filtros de Instagram ni menús con nombres impronunciables, pero sí esperan que la comida tenga sabor, las porciones sean generosas y el ambiente los invite a conversar sin gritar por encima del DJ.
Hablar de los Boomers es hablar de una generación que ha vivido muchos cambios. Nacidos entre 1946 y 1964, crecieron con la revolución del rock & roll, vieron al hombre llegar a la Luna y trabajaron duro para comprarse su primera casa (cuando eso todavía era posible sin vender un riñón). Son pragmáticos, trabajadores y valoran la estabilidad, pero también saben cómo disfrutar la vida.
Tienen un radar para detectar calidad, huyen de lo artificial y valoran la experiencia completa: desde que pisan el restaurante hasta que pagan la cuenta (con tarjeta, sí, pero sin QR confusos ni apps complicadas). Les gustan los sabores tradicionales, aunque también están abiertos a propuestas modernas.
Cada Boomer lleva una banda sonora épica en su memoria. Olvídate del reggaeton y los beats electrónicos: ellos crecieron con The Beatles, Elvis Presley, The Rolling Stones y Aretha Franklin. Su adolescencia sonó a vinilo y sus fiestas a Bee Gees, Queen, Simon & Garfunkel o Bob Dylan. Para ellos, una buena canción tiene letra, melodía y alma (y si se puede cantar en el coche, mejor).
A la hora de elegir música en un restaurante, no quieren sentirse en un antro de música electrónica. Les va el jazz suave, el soul clásico, o incluso ese pop melódico de los 80 y 90 que los hace sentir en casa. Una playlist con Phil Collins, Fleetwood Mac, Elton John o incluso Julio Iglesias puede hacer que se queden a pedir postre. Y si hay música en vivo (pero sin que exploten los altavoces), punto extra.
A diferencia de generaciones más jóvenes, los Boomers no viven al límite de su tarjeta, pero tampoco son de los que piden agua del grifo para ahorrar. Tienen otra filosofía: si algo vale la pena, se paga sin problema. Valoran la calidad y están dispuestos a gastar en experiencias que realmente disfruten, especialmente cuando se trata de buena comida, buen vino y buena compañía.
No se dejan seducir por lo llamativo, pero sí por lo auténtico. Prefieren pagar más por un filete bien hecho en un sitio con mantel que por una hamburguesa en un local que parece una nave espacial. Y ojo, no escatiman cuando salen en grupo: si la experiencia es buena, invitan, repiten y dejan propina sin pestañear.
Comida con sabor a casa, pero con el toque de un buen chef. Prefieren platos que reconozcan, bien hechos, con ingredientes frescos y porciones generosas. Si un restaurante clava la paella, la lasaña o el entrecot, lo tienes en el bolsillo.
Quieren un espacio donde puedan hablar sin forzar la voz. Sillas cómodas, buena iluminación, una decoración acogedora y, si hay mantel de tela, mejor que mejor.
Esta generación valora el trato humano: camareros que escuchen, recomienden y sepan explicar la carta sin necesidad de mirar una tablet. No les gusta que los apuren ni que les hablen en jerga foodie. Si pueden tomarse su tiempo, brindar con una copa de vino decente y cerrar la comida con un postre de toda la vida y un chupito de la casa, se van felices.
Parking cercano, acceso cómodo, baños limpios y una carta impresa clara y legible. ¿WiFi? Bien, pero no imprescindible. Para ellos, el boca a boca todavía funciona mejor que cualquier campaña de influencers y son de llamar al restaurante para reservar.
Para ellos, una cafetería no es un coworking ni un estudio de TikTok. Es un refugio donde leer el periódico, conversar tranquilamente o simplemente disfrutar de un café bien hecho. Adoran los lugares con alma, con ese aire nostálgico y acogedor, donde el barista los saluda por su nombre y recuerda que siempre piden "cortado con leche templada".
Les gustan los cafés con mesa de mármol, sillas cómodas, vitrinas con pastelería casera y ventanales con vistas. Si hay terraza al sol, mejor. No buscan el café con dibujos, pero sí un buen espresso, un capuccino cremoso o un té bien servido, y si viene con bizcocho casero, se quedan encantados.
Aunque muchos Boomers dejaron atrás las discotecas llenas de humo, siguen disfrutando de una buena copa en un sitio con clase. Prefieren bares con barra de madera, música que acompañe sin aturdir, y una carta de cócteles donde sepan preparar un buen Dry Martini, un Negroni o un clásico Old Fashioned.
No necesitan luces LED ni espectáculos de fuego: buscan ambiente, conversación y comodidad. Les encantan los bares con historia, coctelerías con barman experto y locales donde puedan tomarse un vino tranquilo sin sentirse desubicados entre veinteañeros en modo rave.
Y si hay música en vivo (jazz, boleros o blues) en formato íntimo, has conquistado su noche. Para ellos, salir no es descontrol, es placer sofisticado.
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